El arte de saber elevarse

Jesús nos ayuda a entender lo que sucede en nuestro interior cuando sentimos el impulso de elevarnos hacia un estado de conciencia superior. Para dar este paso, es fundamental que cambiemos a nuestros «ocupantes internos».

Cada acción, sentimiento o pensamiento requiere energía, y esta energía proviene de entidades específicas. Si nuestras intenciones son elevadas y alineadas con nuestro propósito más profundo, serán los ángeles quienes nos proporcionen esta energía. Sin embargo, en la mayoría de los casos, son otras entidades, conocidas como luciferes, las que asumen este papel.

Cuando decidimos elevar nuestra conciencia, nos vemos en la necesidad de despedir al lucifer que nos estaba abasteciendo y buscar una nueva fuente de energía. Para nosotros, el asunto queda zanjado, pero para el lucifer, la situación es diferente, ya que al proporcionarnos la energía que administraba, cumplía una función similar a la de un trabajador que ha encontrado un empleo y un hogar. Al ser despedido, se encuentra en la misma situación que un obrero sin trabajo, se siente descontento y buscará unirse a otros de su especie para presionarnos, esperando ser readmitido.

En este proceso, buscará a los “siete peores”, como diría el Cristo, es decir, intentará movilizar las energías negativas asociadas a los siete planetas principales de nuestro sistema solar, que asumen los poderes inherentes a los siete pecados capitales: Saturno (avaricia), Júpiter (gula), Marte (ira), el Sol (soberbia), Venus (lujuria), Mercurio (envidia) y la Luna (pereza). Así, una persona que intenta elevarse —ya sea dejando de fumar, de beber, de comer carne, o perdonando ofensas…— puede verse “atacada” por estas energías, que le ofrecerán sus «servicios».

Cuando un ser humano busca ascender a una vida superior, enfrenta la resistencia de fuerzas que, aunque estaban inactivas, intentan inducirlo a retomar acciones que ya había superado. Estos recuerdos pueden evocar nostalgia y placeres del pasado, traer a su mente recuerdos felices ya dominados.

Todo proceso de ascenso intensifica la presión de lo inferior, obligando a la persona a entablar un combate. Esta batalla solo puede ganarse si se cuenta con la fortaleza y las herramientas adecuadas, como nos enseña Jesús. Estas «armas» son de carácter espiritual y se obtienen a través de la práctica de virtudes como la humildad, el desprendimiento, la moderación, el pacifismo, la pureza, la caridad y la diligencia.

Así, cada impulso hacia la evolución representa una etapa de riesgo, y el arte del candidato a la elevación radica en saber despedir al obrero interno de manera que no busque a los «siete peores”.

Podemos lograr este objetivo mediante una plegaria, pidiendo a Dios que salve a los luciferes de su mundo tenebroso y los reintegre a la generación de ángeles de la que un día se separaron. Estas entidades, por sí solas, son incapaces de avanzar; es a través de su trabajo que podrán recuperar su dignidad. Y su obra somos nosotros. Si aceptamos ser intermediarios entre ellos y la divinidad, nos convertimos en el puente que necesitan para restaurar su rango.

Si quieres conocer mejor las estrategias utilizadas por Jesús-Cristo en su peregrinaje por la tierra, tienes un curso gratuito que te facilitará la tarea: la Interpretación Esotérica de los Evangelios.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *