Queridos jóvenes,
A menudo recibo cartas de almas inquietas que sienten un cambio profundo en su interior. La búsqueda de una labor significativa está en sus corazones, pero no saben por dónde empezar. ¡Qué hermoso es ver esa determinación y ese afán de conocimiento!
El mundo nos necesita. Es urgente que actuemos, porque el peso que soporta ya es demasiado. No podemos vivir la espiritualidad de manera pasiva; debemos comprometernos a transformar nuestra sociedad y los valores que la sustentan. Pero, ¿cómo hacerlo?
El cambio comienza en nosotros. No se trata solo de discursos o teorías; debemos predicar con el ejemplo. La tarea es desafiante, ya que a menudo lo que parece correcto puede estar disfrazado de error.
Tenemos catedráticos, doctores, profesores, eminencias que, agrupados por la aureola que les facilita su saber mundano, proclaman solemnemente la bondad del error, induciendo a caminar al revés a una sociedad desorientada. Esas falsas luces son, desgraciadamente, las que marcan camino. ¿Cuál es la vía acertada? ¿Dónde está el error? Vamos a tratar de poner alguna señal en el camino.
Quiero dirigirme especialmente a vosotros, los jóvenes, que tienen la libertad de decir «no» y de forjar su propio camino. Quiero enfocar estas líneas especialmente a ellos, porque se encuentran en una edad en la que aún han establecido pocos compromisos, pactos, consensos con un mundo que marcha peligrosamente fuera de la ley, como un auténtico forajido. Los que se encuentran en la edad madura, ya han contraído muchas responsabilidades que los atan a una situación quizá injusta, pero si se liberaran de ella cometerían una injusticia aún mayor, porque todo el tinglado de su existencia está montado alrededor de su error. Los jóvenes tienen las manos mucho más libres y les resulta más sencillo decir «no» en un momento dado.
La primera tarea es vivir en armonía con sus padres, quienes se encuentran a otro nivel generacional y representan un nivel superior de espiritualidad en sus vidas. La relación con ellos es un reflejo de nuestra conexión con lo divino.
Que nadie entienda aquí que los padres son entidades más espirituales que sus hijos -a menudo es lo contrario-, pero representan para los hijos su estado de relación con la espiritualidad, de manera que la discordia entre padres e hijos significará que esa desavenencia existe igualmente entre el hijo y el padre divino o fuente primordial de la vida.
Así pues, los hijos que dicen «es imposible entenderme con mis padres», están escenificando un malentendido con la divinidad e indicando (de forma simbólica) que para conectar con las fuerzas espirituales requerirán de circunstancias dramáticas o difíciles. Pero si existe una buena relación, será indicio de que la conexión con la espiritualidad vendrá una manera natural y armoniosa.
Son numerosas las personas que llegan a la espiritualidad por caminos dramáticos, después de ser objeto de agresiones, evasiones, privaciones libertad, accidentes, amenazas, enfermedades y mil avatares. Esos itinerarios pueden estar marcados en sus mapas del cielo (carta astral) por la posición de un sol ensombrecido, pero muchos de sus dramas podrían ser evitados, si inicialmente decidieran realizar un esfuerzo para comprender y amar al padre físico, como representante de una espiritualidad inscrita en su vida.
A veces resulta difícil amar a los padres, porque su imagen está asociada a todo tipo de errores, pasiones, violencias. Pero el hijo que es víctima de una situación difícil debe saber que casi nunca se debe a una casualidad, sino (probablemente) al hecho de que en anteriores encarnaciones ha podido utilizar sus poderes espirituales de una manera arbitraria y el modo de ser de su padre le anuncia que le espera una vida en la que puede ser víctima de la arbitrariedad.
Si a través de sus padres, él busca la manera de superar lo arbitrario, de neutralizar esa fuerza hostil y crear la armonía donde existe el conflicto; si a pesar del modo de ser de sus padres consigue establecer la concordia, ello supondrá haber conjurado los peligros de una vida difícil. De manera que las buenas relaciones entre padres hijos son la mejor garantía de estabilidad y felicidad en su existencia.
También es importante resaltar que cuando alguien trata de evadirse de la relación con los padres, puede encontrarse que el símbolo que ellos representan, pase al marido o la esposa, cuando se case. Y en la vida profesional, se puede encarnar igualmente del patrón, y en la vida civil y política en la autoridad administrativa, ya que en el fondo corresponde a una realidad que la persona debe vivir.
Resulta pues muy poco casual que en las leyes que Jehová entregó Moisés, después de los preceptos relativos a la relaciones del hombre con Dios, viniera inmediatamente el precepto de honrar padre y madre. El mismo precepto se encuentra en la escuela iniciática de Pitágoras, ocupando el mismo rango dice: «sé buen hijo, justo hermano, tierno esposo y buen padre. Como amigo elige a quien lo sea también de la virtud”.
Entenderse con los padres es la primera dificultad a vencer en la vida de una persona y del buen o mal resultado de esa prueba inicial dependerá gran parte del futuro de la persona. Mejorar relaciones con los padres debería ser, para todos, una consigna a seguir.
Entender y amar a nuestros padres, a pesar de sus imperfecciones, es fundamental. A menudo, los conflictos familiares generan un eco en nuestras propias batallas internas. Pero si logramos construir una buena relación, la conexión con la espiritualidad fluirá de manera natural.
Recuerda, cada desafío con tus padres puede ser una oportunidad para crecer y encontrar la paz. Honrar a nuestros padres es un paso esencial en nuestro viaje espiritual.
Así que, queridos jóvenes, abrazad este viaje con amor y valentía. La transformación del mundo comienza con cada uno de vosotros. 💫
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